OSWALDO J. HERNÁNDEZ









CINÉTICA-SUSPENSE





La verdad es que aquel día yo podía esperar cualquier cosa. Pero uno suele tener sus límites. Uno tolera hasta donde le es posible, ¿cierto? Aunque a mí, con honestidad, los desatinos y las circunstancias adversas, cuando desfavorecen a mi persona, no me gustan, no me gustan nada. Me gustan sí, los desconciertos, por ejemplo, las cosas sorprendentes y que con elegancia toman un rumbo inesperado y que llegan, digamos, a términos realmente extraños y extravagantes.



Sin embargo, lo que no me gusta es la adrenalina que a veces se produce.



Y en aquella ocasión, allí estaba yo, todo hecho adrenalina, en el corazón de todo el asunto.



Primero un tipo se acercó; tenía puesta una bata de doctor o de científico. Respiraba a través de una máscara y tenía unos lentes telescópicos, muy retráctiles y muy alargados. ¿Un disfraz...? A ciencia cierta no sabría decirlo, lo que sabría dar fe es que todos en la sala estábamos, cómo decirlo, ¿expectantes?, ¿maravillados? No sé. Diré nada más que estábamos viendo. Y mirábamos (¿expectantes?, ¿maravillados?) que el doctor/científico nos regresaba a ratos una mirada similar ¿expectante?, ¿maravillado?, mientras le daba por manipular algo en el escenario de un pequeño como-teatro.



Un reflector potente consumía la oscuridad alrededor y concentraba la luz que éste mismo emitía sobre lo que el doctor/científico estaba preparando.



En la habitación había frío, tanto como había oscuridad. Había también un poco de ruido, tan nimio como efectos luminiscentes se producían, apenas un murmullo de vez en cuando.



Yo estaba, más o menos, a 40 grados de una semicircunferencia. El doctor/científico estaba, más o menos, en el centro, en el grado cero de una semicircunferencia. Y la habitación tenía la forma de un transportador, lo que hacía relativamente fácil ubicar todo en coordenadas polares.



Una chica cerca de mi posición, a 30 grados de la semicircunferencia, empezó a balbucear que aquello era demasiado y además estúpido. La verdad es que yo apenas distinguía un poquito los movimientos que sucedían más adelante. Veía sí, al doctor/científico manipulando encima de una sábana una especie de bicho o mamífero, y lo tenía puesto sobre una mesita que por unos momentos le daba por moverse sola y el doctor ajustaba nuevamente (la mesita) asiéndola con el pie hasta sentirse cómodo y seguir con sus asuntos.



El doctor/científico podía haber estado haciendo una bomba, pensé, y me gustó mucho la idea. Podía ser un terrorista o alguien anárquico que impartía una clase de un modo muy didáctico, como en salón de universidad...



En un momento dado hubo un grito. Pero no llegó a más.



En otro momento, escuché decir a alguien que algo se movía en la mesita. Yo estiré todo lo que pude, todo, el cuello. No veía mayor cosa: algo con pelo, hecho de una textura parecida a la carne. Y que en efecto, se movía, convulsionaba. Pero según pude constatar, el escenario estaba como-fijo y por más que variara el ángulo de mi perspectiva, la cosa quedaba igual, es decir, no se podía ver nada bien de lo que el doctor/científico estaba lucubrando.



Yo me preguntaba cosas como ¿a qué hora y nos llega a matar ese doctor/científico?, y empecé a asustarme. Lo que más me aturdía es que no hubiera explicaciones. Y parecía que todos estaban de común acuerdo en que las cosas se dieran de esa manera. Y de pronto ¡Krump!, un shock eléctrico y la mesita, lo que yo creía que era una bomba y el doctor/científico o terrorista/anarquista salieron expelidos hacía la parte de atrás. Y de pronto caos, gritos, y todos –quise pensarlo así– corrían de un lado a otro, con la diferencia que nadie corría de un lado a otro y estaban quietos pero gritando. Aquello era raro. El reflector enfocaba; siempre, siempre hacia adelante. El doctor/científico ahora estaba inconsciente en el suelo del como-escenario. Yo, extrañamente, también estaba quieto, de pie pero sudando. Esperaba que sucediera, no sé, lo que tuviera que suceder. Y entonces, sucedió: un extraterrestre, no una bomba, sino un extraterrestre cabezón, con tentáculos salía de la sábana. Parecía una película gringa y asustado tuve que levantarme rápido. Maldita sea. El extraterrestre, que ahora parecía más bien un robot, se apresuraba y venía por todos nosotros.



A mi alrededor, había muchos gritos, histeria, y ese tipo de cosas.



Era difícil admitirlo pero yo patéticamente sólo trataba de encontrar una salida a todo aquello. Había toda esa muchedumbre encerrada, pensé, a merced del extraterrestre/robot. La humanidad ahora sí que se va ir definitivamente al traste, dije sin pensarlo tanto, y me dispuse a correr y huir pronto de allí.



Frente a todos nosotros el extraterrestre/robot creció espontáneamente. El reflector le daba toda esa fuerza. Tuve miedo en que fuera fotosintético o algo así; temblé, y fue entonces cuando caí en el suelo; pensé en el sol, en la energía del sol y en los poderes nuevos del extraterrestre/robot. Podía fácilmente aniquilarnos a todos en la sala.



Cuando caí, la gente se hizo con un silencio crepuscular y seguían sin moverse. Salvo levantarme y caminar, yo del puro susto no podía articular nada, ni siquiera un “levántense, vámonos, larguémonos, salgamos”. Nada.



Por fin, en la oscuridad y en medio de los gritos, me topé con la salida. Somaté y somaté hasta “salir”de bruces al exterior, un exterior todavía oscuro, pero exterior al fin de cuentas. Aún lograba oír los restablecidos gritos de las personas allí dentro y los horripilantes ruidos que hacía sin cesar el extraterrestre/robot fotosintético que venía por todos nosotros.



¡Por todos nosotros!



Aquel “exterior”, en realidad, era un pasillo largo, largo. Corrí y corrí sin ver atrás. Imaginaba ovnis, explosiones y todo tipo de rayos láser detrás de mí; y en todo lo que dejaba a mi paso: muertos, sí, muchos; sangre y desmembrados.



Seguí por el pasillo no recuerdo cuánto tiempo, ¿8, 10 minutos?; no lo recuerdo. Pero finalmente salí. El centro comercial estaba a oscuras y el único guardia en existencia cuidaba (y se cuidaba) de todos los infelices que habíamos ido a la maldita y última función de otro estreno gringo y que, quizás como yo, salíamos de nuestras respectivas salas enfurecidos y un prometiendo maldicientes.



OSWALDO J. HERNÁNDEZ Y LA VIRTUAL ALTERIDAD